
En la exposición de su caso, el filósofo logra sacar a la luz no tanto el valor de la verdad, sino más bien el mecanismo que hace prevalecer una palabra sobre otra. Ya cerca de la hora más queda, sus amigos, apenados, le visitan en la prisión, le instan a aceptar su ayuda para escapar. Le instan al destierro, pero vivo, que no al permanecer, pero muerto. El hombre se rasca la barba, se sabe condenado injustamente, y sin embargo en su condena se juega la legitimidad del tribunal de la ciudad, de sus leyes, de su democracia. El ateniense rehusa esta vía de escape, agradece a sus amigos, se despide de sus hijos y solicita finalmente le dejen solo. Atenas entera se desterró aquel día a través de un solo hombre. Cuestión íntima, la del territorio. Los destierros son siempre colectivos, aunque lo efectue un solo hombre. Allí estaba su cuerpo yerto, elemento exceptuado de un sistema de excepciones, personaje que en su accionar se transformó en una excepción a la enésima potencia: los incluyó a todos.
Quien sabe si el viejo Sócrates estaba en lo cierto o no, lo cierto es que el filósofo halló aquel día el verdadero rol de la cicuta. Al beberla envenenó al pueblo griego entero, e incluso logró esparcir su veneno a lo largo de la historia. La cicuta de Sócrates era el arte de hacer pensar.
nGr.
Simplemente... buenisimo
ResponderEliminarConozco una realidad que no conoce ese veneno
vayamos juntos envenenados y envenenemos las mentes, la realidad toda... q ese arte se derrame por las grietas de la historia!
...como la muerte vagando en el abismo, haciendo ver a los hombres toda junta su vida....
ResponderEliminar;)
jaja, no habia visto los comentarios... pero si caio, de una: ENVENENEMOS
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